Cuando los psicólogos sufren: el estigma de nuestra propia enfermedad mental

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Recuerdo el consejo que nos daba una maestra, cuando hablábamos de psicopatología en la universidad. “Chicos, no se anden quemando en las clases. Si van a ponerse como ejemplo, no digan que son sus problemas o lo que han vivido. Digan que le pasó a un amigo o conocido. No quieren que sus compañeros estén hablando en los pasillos sobre su problemática”.

Luego, a pesar de la advertencia de no diagnosticar fuera del contexto clínico, nunca faltaba escuchar entre compañeros cómo hablaban de un tercero ausente, infiriendo sobre sus posibles “traumas y patologías”. La misma carrilla y chisme de pasillo que se puede encontrar en cualquier carrera universitaria, pero aderezada con un intento de “patologizar” a quien te caía mal.

Más del 80% (de los estudiantes y maestros de psicología en posgrado) reporta haber sufrido problemas de salud mental en algún punto de su vida.

Victor et al., 2021

Aún si entendíamos y aceptábamos que todos podíamos tener nuestro propio malestar mental y emocional, como estudiantes de psicología se puede generar una exigencia implícita: resuélvelo, acude a terapia, pero que no se sepa, que no se note. “Si los pacientes saben lo mal que te las has pasado, sería como acudir con un nutriólogo obeso: incongruente”, decía uno de mis compañeros.

Pero más allá de lo anecdótico, este tipo de recomendaciones explícitas sobre no revelar experiencias de enfermedades mentales se presentan en diversos entornos de psicología (Appleby & Appleby, citados en Victor et al., 2021), pues se considera que dichas revelaciones pueden ser “poco profesionales”, “inapropiadas”, y crear la impresión de que alguien “no puede funcionar adecuadamente” (Devendorf, citado en Victor et al., 2021).

Se pone en duda la objetividad del psicólogo por sus experiencias vividas, pensando que sesgarán sus intereses y desempeño profesional. Además, evita que, dentro de nuestro propio campo, investiguemos la prevalencia y manejo de estas vivencias, tal y como se ha hecho para otras profesiones como los militares y los policías. ¿En verdad te anula como psicólogo el haber vivido con estos síntomas, diagnósticos, o enfrentarlos cotidianamente? ¿Se supone que quienes estudian este campo, deben ser inmunes a cualquier padecimiento mental?

Comparto estas reflexiones a raíz de una investigación que aún se encuentra en revisión. Victor et al. (2021), analizaron encuestas de 1,692 estudiantes y facultad en posgrados de psicología clínica, escolar y de orientación, en Estados Unidos y Canadá.

  • Más del 80% reporta haber sufrido problemas de salud mental en algún punto de su vida, y casi la mitad de ellos, recibió oficialmente algún tipo de diagnóstico.
  • Los padecimientos más reportados fueron depresión (más del 55%), trastorno de ansiedad generalizada (más del 50%), pensamientos o conductas suicidas (más del 40%), mientras que el trastorno bipolar (2%) y los trastornos psicóticos (1%) fueron los menos reportados.
  • El 90% consideran que vivir con dichas condiciones no había afectado su desempeño profesional en forma significativa.

Las cifras son similares a las que se encuentran en la población general, un poco más altas en algunos casos, posiblemente por que la formación de estos especialistas les permite reconocer más fácilmente la sintomatología e identificar los cuadros. Un efecto preocupante de que se refuerce un estigma al interior de la profesión, es que reduce entonces la probabilidad de que quien lo requiera busque tratamiento.

De acuerdo con Stephen Hinshaw (2008), un factor es que todavía, socialmente, hay un estigma demasiado grande alrededor de las enfermedades mentales. Por otra parte, afirma que, entre psicólogos, psiquiatras y otros profesionales de la salud mental, hay una noción de “ellos” y “nosotros”. Nosotros somos los sanos, los sanadores, mientras que ellos son los pacientes que están enfermos y deben ser sanados. Y si estás enfermo, no eres uno de “nosotros”, eres uno de “ellos”, y por lo tanto no estás en condiciones de ejercer como psicólogo o psiquiatra.

Saks (2007), concluye que la mejor manera de reducir el estigma, es poner un rostro humano en la enfermedad mental, no sólo mostrarlo como un trastorno bioquímico o una historia trágica. Cuando los clínicos comparten sus historias, ayuda mucho a que ese estigma se vaya desvaneciendo.

Referencias:

Hinshaw, S. (2008). Breaking the Silence: Mental Health Professionals Disclose Their Personal and Family Experiences of Mental illness. Oxford University Press.

Saks, E. (2007). The Center Cannot Hold: My Journey Through Madness. Hachette Books.

Victor, S. E., Devendorf, A., Lewis, S., Rottenberg, J., Muehlenkamp, J. J., Stage, D., & Miller, R. (2021, Julio 12). Only human: Mental health difficulties among clinical, counseling, and school psychology faculty and trainees. https://doi.org/10.31234/osf.io/xbfr6

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2 Comentarios

  1. Vicente Contreras dice:

    Maestro, no tengo conocimientos como para poder interactuar en este campo, soy docente y también nos ocurre, el trabajo lo llevamos a casa, a una reunión social o deportiva, es muy difícil salirse del rol social que desempeñamos y tratamos de encontrar una solución, un aporte o el simple pensamiento de me ocupo de un posible problema. Fue grato entender que en todos los campos ocurre este fenómeno laboral.

    1. Efectivamente, de repente se nos olvida que los docentes también somos humanos. Curiosamente, docencia, medicina y psicología, son de los campos donde más se da el «burnout» o síndrome de agotamiento profesional. Hay que cuidarnos. Gracias por tu comentario.

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